domingo, 19 de marzo de 2023

EVANGELIO DE JUAN CAPITULO 1 VERSICULO 34


 

EVANGELIO DE JUAN CAPITULO 1 VERSICULO 34

RV1960

NVI1999

BTX4

Y yo le vi, y he dado testimonio de que éste es el Hijo de Dios.

Yo lo he visto y por eso testifico que éste es el Hijo de Dios.

Y yo lo he visto, y he dado testimonio de que este es el Hijo de DIOS.

TR+

INA27+

VUL

καγωG2504 P-1NS-K εωρακαG3708 V-RAI-1S-ATT καιG2532 CONJ μεμαρτυρηκαG3140 V-RAI-1S οτιG3754 CONJ ουτοςG3778 D-NSM εστινG1510 V-PAI-3S οG3588 T-NSM υιοςG5207 N-NSM τουG3588 T-GSM θεουG2316 N-GSM 

καγω G2504:P-1NS-K Y yo εωρακα G3708:V-RAI-1S-ATT he visto και G2532:CONJ y μεμαρτυρηκα G3140:V-RAI-1S he dado testimonio οτι G3754:CONJ que ουτος G3778:D-NSM este εστιν G1510:V-PAI-3S está siendo ο G3588:T-NSM el υιος G5207:N-NSM Hijo του G3588:T-GSM de el θεου G2316:N-GSM Dios

et ego vidi et testimonium perhibui quia hic est Filius Dei

KJV

And I saw, and bare record that this is the Son of God.

TCB

Éste es el Hijo de Dios. Jua_1:18, Jua_1:49; Jua_3:16-18, Jua_3:35, Jua_3:36; Jua_5:23-27; Jua_6:69; Jua_10:30, Jua_10:36; Jua_11:27; Jua_19:7; Jua_20:28, Jua_20:31; Sal_2:7; Sal_89:26, Sal_89:27; Mat_3:17; Mat_4:3, Mat_4:6; Mat_8:29; Mat_11:27; Mat_16:16; Mat_17:5; Mat_26:63; Mat_27:40, Mat_27:43, Mat_27:54; Mar_1:1, Mar_1:11; Luc_1:35; Luc_3:22; Rom_1:4; 2Co_1:19; Heb_1:1, Heb_1:2, Heb_1:5, Heb_1:6; Heb_7:3; 1Jn_2:23; 1Jn_3:8; 1Jn_4:9, 1Jn_4:14, 1Jn_4:15; 1Jn_5:9-13, 1Jn_5:20; 2Jn_1:9; Apo_2:18.

 

COMENTARIOS:

ISAAC AMBROSE

“Considere la duplicidad de naturalezas en Jesucristo: el Verbo hecho carne. Tan pronto como fue concebido, fue Dios-hombre; estaba perfectamente encarnado, y al instante se unió al Verbo eterno: "Dios envió a su Hijo", ahí está la naturaleza divina; "hecho de una mujer", existe la naturaleza humana. Ciertamente grande es este misterio, que el Verbo se hace carne; que el Hijo de Dios es de mujer; que una estrella da luz al sol; que una rama lleva la vid; que una criatura le da ser al Creador!

¡Admira, alma mía, esto! pero, además, ten en cuenta que todo esto fue por nosotros y nuestra salvación: él era hombre, para que muriera por nosotros; y él era Dios, para que su muerte fuera suficiente para salvarnos. Si hubiera sido hombre solo, no Dios, podría haber sufrido, pero nunca podría haberse satisfecho por el pecado; no podría haber sido Jesús, un Salvador de almas: si hubiera sido Dios solo, no hombre, no habría sido semejante a nuestra naturaleza ofensiva; y por eso no pudo haber satisfecho la justicia de Dios en la misma naturaleza en que se ofendió; ni él, como solo Dios, podría haber muerto por el pecado; y el decreto fue que nuestro Redentor debe morir por el pecado; "porque sin desprendimiento de sangre, no hay remisión"; y ningún derramamiento de sangre podría caer sobre la divinidad de Cristo.

Oh alma mía, considera esto en relación contigo mismo: él es Dios-hombre, para que pueda sufrir y satisfacer tus pecados; él es Dios-hombre, para que pueda y sea apto para terminar la obra de tu salvación. Como Dios es capaz, y como hombre es apto, para desempeñar el oficio de Mediador: como Dios, puede llevar el castigo de pecado; y como hombre, es apto para sufrir por el pecado. ¡Oh, la sabiduría de Dios en esto! La naturaleza del hombre puede sufrir la muerte, pero no vencerla; la naturaleza divina puede vencer la muerte y todas las cosas, pero él no puede sufrirla: y de ahí que haya una duplicidad de naturalezas en Jesucristo. Oh, reflexiona sobre esto, es digno de tu seria consideración.”

JOHN OWEN

“En verdad, era apropiado, en la dispensación de Dios, que el conocimiento de la naturaleza divina de Cristo, en cuanto a su persona individual, debería ser oculto a la mayoría de los hombres. Por esta razón, aunque estaba "el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz.", Fil. 2:6-8; por el cual su gloria divina fue velada por un tiempo, hasta "que fue declarado Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por la resurrección de entre los muertos", Rom. 1:4; y luego "fue glorificado con la gloria que tuvo con el Padre antes que el mundo fuese" Juan 17:5.

Y como esta dispensación era necesaria para el cumplimiento de toda la obra que, como nuestro mediador, había emprendido, así, en particular, el que era en sí mismo el Señor de los ejércitos, santuario para los que le temían, se convirtió en "un piedra de tropiezo y roca de escándalo para las dos casas de Israel, por trampa y lazo para los habitantes de Jerusalén," Isa. 8:13,14.

Sin embargo, a pesar de que las ocasiones lo requirieron, convenientemente para sus propios fines y designios sagrados, no se prohibió dar un testimonio claro y abierto de su propia naturaleza divina y la preexistencia eterna hasta su encarnación. Y esto fue lo que, de todas las otras cosas, más provocó a los judíos carnales con quienes tenía que tratar.

Así fue, claramente, Juan 8:56-59. Dice él: "Tu padre Abraham se regocijó de ver mi día; y lo vio, y se alegró. Entonces le dijeron los judíos: Aún no tienes cincuenta años, y ¿Has visto a Abraham? Jesús les dijo: De cierto, de cierto os digo: Antes que Abraham fuese, yo soy. Entonces tomaron piedras para arrojarle piedras. Así también, Juan 10:30-33, "Yo y el Padre uno somos. Entonces los judíos volvieron a tomar piedras para apedrearlo. Jesús les respondió: Muchas buenas obras os he mostrado de mi Padre; por cuál de esas obras hago ¿Me apedreáis? Le respondieron los judíos, diciendo: No te apedreamos por buena obra, sino por la blasfemia, y porque tú, siendo hombre, te haces Dios.

Ellos entendieron bastante bien el significado de esas palabras, "Yo y el Padre uno somos". Es decir, que era una clara afirmación de que él era Dios. Esto provocó su rabia. Y todos los judíos detestan esto hasta el día de hoy, que Jesús se declaró Dios, y por eso lo mataron. Por tanto, tenemos el primer descubrimiento de una pluralidad de personas en la esencia divina, y lo sabemos por la revelación de la naturaleza y personalidad divina del Hijo.”

JOHN BUNYAN

“¿Jesucristo habría de ofrecer misericordia, en primer lugar, a los más grandes pecadores? Entonces esto muestra la verdadera causa de por qué satanás hace tal batalla como la hace contra Él.

Todos los engañadores y engañados, hablan bien del Padre y del Espíritu; solo Cristo es la roca de caída. 'He aquí, pongo en Sión, piedra de tropiezo y Roca de caída' (Romanos 9:22). No es que satanás tenga cuidado por el Padre o por el Espíritu Santo más del cuidado que tiene por el Hijo; pero él puede dejar a los hombres solos con sus nociones del Padre y del Espíritu, porque él sabe que ellos nunca gozarán del Padre o del Espíritu, si no reciben en verdad los méritos del Hijo. “El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida”, por más que ellos se jacten del Padre y del Espíritu (1 Juan 5:12).

Y de nuevo: “Cualquiera que se extravía, y no permanece en la doctrina de Cristo, no tiene a Dios; el que persevera en la doctrina de Cristo, ése sí tiene al Padre y al Hijo” (2 Juan 1:9). Cristo, y solamente Cristo, es el que puede hacernos capaces de disfrutar a Dios con vida y gozo por toda la eternidad. Por eso Él se llama a sí mismo el camino al Padre, el verdadero y vivo camino (Juan 14:16). Pues no podemos venir al Padre sino por medio de Él (Hebreos 10:19-20).”

JONATHAN EDWARDS

“Para este fin fue revelado el Hijo de Dios, para dar a conocer la mente y la voluntad del Padre, para declarar su misericordia y perdón, y para confirmar las promesas de vida eterna a la humanidad. El que cree y acepta esta liberación de la esclavitud del pecado, y mediante la paciencia y perseverancia en hacer el bien, espera la esperanza bienaventurada de la inmortalidad; que pasa por el mundo como forastero y peregrino, buscando otro país y una ciudad cuyo constructor es Dios; Este es aquel cuya fe recibirá la promesa, cuya confianza tendrá gran recompensa.”

GEORGE WHITEFIELD

“Ven entonces, oh joven, que (como yo mismo actué una vez) estás jugando al pródigo y vagando lejos de la casa de tu Padre celestial, vuelve a casa, vuelve a casa y deja tu abrevadero de cerdos. No te alimentes más de las cáscaras de las delicias sensuales: ¡por el amor de Dios, levántate y vuelve a casa! Tu Padre celestial ahora te llama. Mira allá, te espera el mejor manto, incluso la justicia de su amado Hijo.

Véalo, véalo una y otra vez. Considere a qué precio te compró, incluso con la sangre de Dios. Considere la gran necesidad que tienes de él. Estás perdido, deshecho, condenado para siempre, sin él. Venid, pues, pobres pródigos culpables, volved a casa: en verdad, no me enojaré, como el hermano mayor en el Evangelio; no, me regocijaré con los ángeles en el cielo. ¡Oh, si Dios ahora inclinara los cielos y descendiera! Desciende, oh Hijo de Dios, desciende; y, como has mostrado en mí tal misericordia, ¡oh, deja que tu bendito Espíritu aplique tu justicia a algunos jóvenes pródigos que están ahora delante de ti, y vista sus almas desnudas con tu mejor manto!.”

GARY BURGE

“El último testimonio dado por Juan el Bautista en aquel día aparece en 1:34: «Yo lo he visto y por eso testifico que éste es el Hijo de Dios». Sin embargo, algunos importantes manuscritos antiguos sustituyen la expresión «Hijo de Dios» (NVI, NRSV) por «escogido de Dios» (neb). Personalmente, estoy convencido de que la lectura correcta es «escogido de Dios». Más adelante, en 1:49, Juan afirmará el título de Jesús como Hijo. Pero, en este pasaje, el término «escogido» es una lectura más difícil, que los escribas cambiaron probablemente a la más familiar «Hijo».

Por otra parte, la palabra «escogido» procede probablemente de Isaías 42:1, que subraya la unción con el Espíritu del Mesías y utiliza este título para él: «Éste es mi siervo, a quien sostengo, mi escogido, en quien me deleito; sobre él he puesto mi Espíritu, y llevará justicia a las naciones». Esto se dirige al corazón del testimonio de Juan sobre Jesús: a este Mesías se le conoce por su singular unción, su identidad sin precedente en el Espíritu de Dios.

Juan ha terminado su testimonio personal. Con humildad, ha desviado la atención de su persona y la ha enfocado sobre Jesús, describiendo enérgicamente quién es y lo que va a hacer. Este Evangelio no tiene especial interés en registrar las tentaciones de Jesús como las tenemos en Mateo 4 y Lucas 4. Este capítulo consigna el testimonio de aquellos que se encuentran con Jesús, de quienes reconocen que serán transformados para siempre, y de quienes descubren la verdadera identidad de Jesús.”

CHARLES SPURGEON

“Oíd, pues, el testimonio de Juan. El Cristo, que vino de Nazaret para ser bautizado por él en el Jordán, sobre quien descendió el Espíritu Santo como una paloma, "este es el Hijo de Dios". Este es el Cordero que lleva el pecado. Oh, que tú y yo cumplamos la expectativa de Juan, porque él habló para que creyéramos. Él, estando muerto, aún habla. ¡Creamos en su testimonio y tengamos la seguridad de que “éste es el Hijo de Dios!.”

DAVID GUZIK

“Él es el Hijo de Dios en el sentido mostrado en Juan 1:18– aquel que perfectamente declara la naturaleza y la personalidad de Dios el Padre. “Al llamarlo ‘El Hijo de Dios,’ el Bautista habla con una visión nítida: se refiere a nada menos que la doctrina cristiana completa de que Jesús hombre también es el eterno Hijo del eterno, co-iguales, co-eternos.” (Trench). Los testigos no son neutrales; están comprometidos con la verdad de su testimonio, de no ser así son testigos poco confiables. Juan era un testigo confiable, y sabía quién era Jesús porque él lo vio con sus propios ojos.”

JOHN MACARTHUR

“Por sexta vez en su Evangelio (cp. 1:7, 8, 15, 19, 32), el apóstol Juan se refiere al testimonio del Bautista a favor de Cristo con la siguiente afirmación: “Y yo le vi, y he dado testimonio de que éste es el Hijo de Dios”. Como se indicó en el capítulo 1 de esta obra, testificar o dar testimonio es un asunto temático en este Evangelio. El testimonio de Juan en el versículo 34 es una conclusión que se ajusta a esta sección, en tanto que la narrativa hace su transición del Bautista a Jesús. Aunque los creyentes son hijos de Dios en un sentido limitado (Mt. 5:9; Ro. 8:14, 19; Gá. 3:26; cp. Jn. 1:12; 11:52; Ro. 8:16, 21; 9:8; Fil. 2:15; 1 Jn. 3:1-2, 10), solamente Jesús es el Hijo de Dios en el sentido de que solo Él participa de la misma naturaleza con el Padre (1:1; 5:16-30; 10:30-33; 14:9; 17:11; 1 Jn. 5:20).

A su primer énfasis—que el Mesías está aquí—, Juan agregó una exhortación igualmente convincente: reconocerlo por lo que Él es, el Hijo de Dios, el Mesías, el Cordero del supremo sacrificio por el pecado del mundo.”

PHILIPP MELANCHTHON

Y he visto esta señal, por la cual el Padre dio testimonio del Hijo y doy un testimonio de que este hombre es el Hijo de Dios. Esta es una confesión evangélica, como esta: Tú eres Cristo, el Hijo del Dios vivo. Además, confesar que Cristo es el Hijo de Dios es confesar que es Dios, Salvador, Heredero y Señor de todo. Asimismo, como es Heredero y Señor de todos, debemos creer que los que están en Cristo son coherederos de Cristo, y por tanto son señores de todo: del pecado, de la muerte, del mundo; en resumen, son señores de las puertas del infierno. El apóstol habla de esta fe: Si crees en tu corazón que Dios lo levantó de los muertos, es decir, que lo glorificó y lo hizo Señor de todo. Del mismo modo, creer que así como él es el Hijo, así es amados por el Padre, así nosotros, que creemos en el Hijo, somos amados por el Padre. Así leemos: El que dio a su Hijo unigénito por nosotros, ¿cómo no nos ha dado también con él todas las cosas?.”

GRANT OSBORNE

“La conclusión del Bautista en 1:34 es, en cierto sentido, un cuarto “testimonio” oficial (sobre 1:15, 19,32) basado en 1:7–8, “Yo lo he visto y por eso testifico que este es el Hijo de Dios”. Esto es una alusión a Isaías 42:1, “Este es mi siervo… mi escogido, en quien me deleito”. Este pasaje también fue parte de la declaración de Dios hacia Jesús en Marcos 1:11. Continúa las imágenes de siervo y sacrificio de 1:29 y señala hacia a Cristo como el Siervo Sufriente destinado (elegido) a morir como el sacrificio expiatorio por el pecado. La verdad es Dios derramando su Espíritu en su Elegido, llamándolo a su ministerio de Siervo Sufriente en la cruz.”

J. WALVOORD – R. ZUCK

“El testimonio de Juan fue que éste es el Hijo de Dios. El rey davídico profetizado era el Hijo de Dios (2 S. 7:13) y el rey mesiánico es de manera única el Hijo de Dios (Sal. 2:7). El título “Hijo de Dios”, va más allá de la idea de obediencia y “Rey mesiánico” se refiere a la naturaleza esencial de Jesús. En el griego del cuarto evangelio, este título no se aplica a los creyentes. A ellos se les llama “hijos” (tekna “niños” e.g. Jn. 1:12), mientras que “Hijo” (juios) se usa sólo con referencia a Jesús.”

XAVIER LEON DUFOUR

“Este testimonio corresponde evidentemente a la proclamación divina durante el bautismo de Jesús según los sinópticos: «Este es mi Hijo muy amado, en quien me complazco» (Mt 3,17). Pero aquí no se trata de una «voz del cielo»; la profiere un hombre, el Precursor.

El acontecimiento de la revelación se presenta en segundo grado, es decir, tal como fue interiorizado por el testigo. Esta modificación depende sin duda de la orientación global del texto, centrado en el testimonio de Juan, pero también es posible discernir en ella una convicción joánica: la acogida de la fe transforma al creyente en lo más íntimo de su ser. En la relación que se establece con el Revelador, el hombre se convierte hasta tal punto en parte preñante de la misma que es él, anteriormente ligado por su no-saber, el que restituye y anuncia la palabra divina.

En el título «Hijo de Dios», el lector cristiano reconoce un sentido que va más allá de la confesión mesiánica, para coincidir con el título de «Hijo único» que se valora en el prólogo teológico. Este es precisamente el sentido que busca nuestro texto, según la orientación del evangelio, escrito «para que creáis que Jesús, el Mesías, es el Hijo de Dios» (20,31). ¿Significa esto que el evangelista atribuyó a Juan la inteligencia plena de un misterio, cuya profundidad no podía ni sospechar? La disposición literaria de los versículos 32-34, regidos todos ellos por el verbo «ver», invita a unirlos estrechamente: a los ojos de Juan, Jesús es investido del Espíritu; por tanto, es él —según la palabra escuchada de Dios— el que bautiza en el Espíritu; y el testigo puede concluir entonces: él es el Hijo de Dios.”

LEON MORRIS

“De nuevo es importante ver que estamos ante el tiempo perfecto griego. “He visto” quiere decir más o menos lo mismo que “Vi” (algunas versiones traducen “vi” en el v. 32). “He dado testimonio” es otro perfecto, que apunta a que el efecto de las palabras de Juan el Bautista aún continúa. No se trata de una frase sin trascendencia, que se dice en un momento concreto, a partir del cual ya no tienen vigencia. Las palabras de Juan van más allá del momento en que son pronunciadas.

Al final del versículo nos encontramos con un problema textual: ¿debemos interpretar “el Hijo de Dios” (NVI, LBLA [N. de la T.]) o “el Elegido de Dios” (REB)? Mirando todos los argumentos, parece que “el Elegido de Dios” es la interpretación correcta. Aparece en muchos manuscritos importantes, y lo que es poco probable es que si hubiera puesto “el Hijo de Dios”, los escribas lo hubieran sustituido por “el Elegido de Dios”, mientras que el proceso inverso es más probable.

Si aceptamos esta interpretación, Juan está diciendo que Jesús es el objeto del llamamiento divino. Es el mismo Dios el que le ha elegido. Para los que aceptan la interpretación de “el Hijo de Dios”, esta expresión hace hincapié en la divinidad de Cristo. Todos los evangelistas, cada uno a su manera, ponen de manifiesto la divinidad del Salvador desde el principio del Evangelio. Mateo y Lucas lo hacen con los relatos de su nacimiento y Marcos, refiriéndose a Jesús como “el Hijo de Dios”, en el versículo 1. Juan ya lo deja claro en el prólogo, pero lo vuelve a hacer aquí, si optamos por esta interpretación. El clímax del testimonio de Juan el Bautista sería la declaración “éste es el Hijo de Dios”. Esto es aún más importante por el hecho de que este evangelio fue escrito para que la gente llegara al conocimiento de la verdad (20:31). “Hijo de Dios” es, ciertamente, una expresión que a veces quiere decir muchas cosas, y otras no tiene mayor relevancia.

Es un término que ya se había usado para designar a Salomón (2 S. 7:14) y, en plural, para designar a todo Israel (Os. 1:10). Así, aquellos que creen y forman parte de la familia celestial se dirigen a Dios como “Padre”, por lo que reciben el nombre de “hijos de Dios” (aunque Juan nunca usa este término; ver el comentario del verso 12). Pero, en esta ocasión, esta expresión tiene el significado más supremo de todos: hace referencia a la íntima relación personal que Jesús tiene con el Padre.

Es una afirmación de la divinidad del Mesías. Vemos, pues, que ambas interpretaciones tienen sentido, aunque parece que “el Elegido de Dios” está respaldada por un mayor número de evidencias.”

SAMUEL P. MILLOS

“El título Hijo de Dios, está presente continuamente en el Evangelio, y condiciona totalmente su orientación, mensaje y contenido. Está escrito para que "creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo, tengáis vida en su nombre" (20:31). Este título se relaciona de tres maneras:

a) como testimonio del Bautista (1:34), en boca de Natanael (1:49), de Marta (11:27), de los judíos (13:7), del propio evangelista (20:31) y en otros tres lugares (5:25; 10:36; 11:4).

b) como expresión intensa al llamar a Jesús el Unigénito Hijo, como conclusión del prólogo, donde reasume para sí todo lo que dijo del Verbo (1:8); y en otro lugar donde se define el sentido de su misión: "Porque de tal manera amó Dios al mundo que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, más tenga vida eterna" (3: 16).

c) Como identificativo de Jesús, llamándolo de este modo dieciséis veces en el Evangelio (3: 17, 35, 36; 5:19, 20, 21, 22, 23, 26; 6:40; 8:36; 14:13). Más enfático será en una de sus epístolas cuando dice que "todo aquel que confiese que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él, y él en Dios (1 Jn. 4:15). La filiación divina de Jesús, la fe en Él como Hijo-Señor-Dios, y la vida eterna resultante de la operación de la fe, son los elementos sustentantes de la cristología en el Evangelio según Juan.”

WILLIAM HENDRIKSEN

Éste es el Hijo de Dios. Al colocar el título al final de la frase se produce un sorprendente clímax, en hermosa armonía con el propósito del cuarto Evangelio, según aparece en 20:30, 31. En relación al significado de este título podemos referirnos una vez más a Lucas 3:22. En ese pasaje se afirma claramente que el Bautista, además de [p 107] ver una forma corporal como de paloma, oyó también una voz del cielo que decía a Jesús: “Tú eres mi hijo amado, en ti me he complacido”. Por ello, aquí en Jn. 1:34 la expresión el Hijo de Dios se refiere al propio Hijo de Dios en el sentido más elevado en que se puede usar este término. Expresa la relación especial que existe eternamente entre el Padre y el Hijo (1:1, 18; 3:16–18; 5:25; 17:5; 19:7; 20:31).”

JAMES SMITH

“Como el Cordero, Él quitó el pecado por el sacrificio de Sí mismo; como el Hijo, es todopoderoso para salvar. Juan fue un hombre enviado por Dios, para dar testimonio de que Él es el Hijo de Dios, para que Israel, como nación, le reconozca como el Mesías prometido. Fue como «el Hijo de Dios» que Satanás lo tentó en el desierto. Y por cuanto es el Hijo de Dios, con poder, es capaz de cumplir cada una de las promesas que Él ha hecho. «Si no creéis que Yo soy, moriréis en vuestros pecados» (Jua_8:24).”

WILLIAM MACDONALD

“Sobre la base de lo que vio en el bautismo de Jesús, Juan dio testimonio positivo de que Jesús de Nazaret era el Hijo de Dios, la venida del cual al mundo había sido antes anunciada. Cuando Juan decía que Cristo era el Hijo de Dios, significaba que era Dios el Hijo.”

SAN JUAN CRISOSTOMO

“Y como el Padre dejó oír su voz dando a conocer al Hijo, vino el Espíritu Santo emitiendo su voz sobre la cabeza de Jesucristo, no fuese que alguno de los presentes creyese que se hablaba de San Juan lo que se decía de Jesucristo. Pero dirá alguno: ¿Y cómo no creyeron los judíos si vieron al Espíritu Santo? Porque estos portentos no requieren únicamente ser vistos con los ojos de la carne, sino que además deben contemplarse con los ojos del alma. Porque si vieron que hacía tantos milagros, y se mantenían como ebrios por la envidia diciendo lo contrario de lo que veían, ¿cómo hubiesen dejado y abandonado su incredulidad por sólo la venida o la aparición del Espíritu Santo?

Pero algunos dicen que no todos vieron al Espíritu Santo sino únicamente San Juan y aquellos que estaban mejor dispuestos. Pero aunque era posible ver, con los ojos de la carne, bajar al Espíritu Santo en forma de paloma, no fue necesario que esto lo vieran todos. Porque el profeta Zacarías vio muchas cosas, en figura sensible. Lo mismo Daniel y Ezequiel. Además Moisés vio también muchas cosas que ninguno de los que estaban con él había visto. Por esto añade San Juan: "Y yo lo oí, y di testimonio que Este es el Hijo de Dios". Lo había llamado Cordero y había dicho que debía bautizar en Espíritu, pero nunca le había llamado Hijo antes de este momento.”

MATTHEW HENRY – FRANCISCO LACUEVA

“Esta afirmación es el núcleo del «credo» cristiano como vimos al comentar Mat_16:16. Los dos verbos están en pretérito perfecto, como indicando una acción pasada que se ha quedado bien grabada en las pupilas de Juan, por lo que su testimonio es algo que continúa sin desmayo. Al comparar este lugar con Luc_3:22, W. Hendriksen concluye que aquí el título «Hijo de Dios» es usado en sentido estrictamente trinitario (la Segunda Persona de la Trina Deidad), y cita los pasajes típicos de este Evangelio (Jua_1:1, Jua_1:18; Jua_3:16-18; Jua_5:25; Jua_17:5; Jua_19:7; Jua_20:28, Jua_20:31). Personalmente opino que dicho título, como en Luc_3:22; Luc_4:3, está usado en sentido mesiánico, más bien que trinitario (nota del traductor F. Lacueva).”

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